Con Mayo llegó su adiós definitivo.
Precisamente en el mes de María, que fue ayuda en su caminar por este mundo. Era
de esas personas comprometidas, en su trabajo, con su familia y la fe. Francisco
Pérez Álvarez es un referente en lo religioso.
En el Colegio La Salle se implico como padre de familia, unido a los
Hermanos en actos y cultos, en todo aquello que le necesitaran, más allá de las
reuniones tutoriales, viviendo el espíritu lasaliano y trasmitiendo a los suyos
las enseñanzas de San Juan Bautista. Su amor a la Patrona de Melilla le hizo
llegar a ser Hermano Mayor de la Congregación de Nuestra Señora de la Victoria.
No fueron tiempos fáciles, se comenzaba a vivir un alejamiento de todo lo religioso
lo que suponía una disminución importante de fieles a las iglesias, pese a todo,
Pérez Álvarez seguía incansable, desde la Parroquia de la Purísima. Su paso por
la Congregación significó la consolidación de la misma. Seguidor del Santo de
Asís, puso en práctica sus enseñanzas, desde la austeridad. Permaneció por
siempre unido a los franciscanos y nunca asumió la marcha de esta Orden de
Melilla, por todo lo que hicieron y también, sin duda, por la vinculación
histórica con la Ciudad. Francisco Pérez Álvarez entendió el mensaje e hizo de
su vida apostolado, difundió a todos, a través de los medios de comunicación,
la buena nueva de Jesús de Nazaret. No le hizo falta ver como Tomás y por eso,
es uno de los bienaventurados. También por su entrega a sus hijos y muy en particular
a su mujer, a la que dedicó su tiempo, su amor, hasta el final de sus días.
Solo por ella fue dejando ciertas labores, sabedor de donde debía de estar y
quien le necesitaba. Sus paseos por la Avenida, cogidos del brazo, apoyándose
mutuamente, es catequesis para tantos matrimonios. En la Eucaristía encontró el
Pan de Vida, el alivio para los que cansados y agobiados beben el agua que
calma para siempre la sed. En el Corpus le veíamos megáfono en mano recorriendo
las calles de esta tierra. Cuando ahora se prepara la procesión de este año, en
esto también notaremos su ausencia, su entrega entusiasta a Jesús Sacramentado.
En lo personal siempre tenía una palabra que dedicar, una enseñanza que
compartir con los hermanos, siendo memoria viva de la Iglesia en Melilla. Deja
un hueco difícil de llenar en los artículos de temática religiosa. Su marcha me
ha pillado lejos, pero en oraciones pido por su alma, por su familia, que
interceda, estando cerca de Dios, por su querida Melilla. Su vida fue una
victoria. Paco Pérez Álvarez, Paz y Bien
Ángel
Gil