El pasado lunes nos despertamos con el
adiós de Manuel Gómez Téllez desde esa Málaga que fue su último destino
profesional. Este 21de Octubre mientras desayunamos a Carmen, mi mujer, se le
agolpan los recuerdos, como si pusiera la moviola de su vida para pararla en su
niñez y adolescencia, y ahí aparece esta gran persona que le abrió las puertas
de su hogar y de su corazón, cuando iba con su amiga Ana, hija de aquel al que
recordamos en esta columna. Me habla de quien se ha ido sin hacer ni el más
mínimo ruido,
pero sí preocupado por los suyos hasta su último aliento, como él era, como un señor. Un
ejemplo de vocación castrense desde su querido Tercio, formando parte de esta
Comandancia General, desde aquel cuartel de Valenzuela y bajo el símbolo
legionario de la alabarda, arcabuz y ballesta, esa insignia que orgulloso lucia
en sus americanas. Manuel Gómez Téllez era sinónimo de compañerismo, unión,
socorro, amistad, disciplina, entrega, fiel a su Credo y al humanismo que
ejerció durante su paso por esta Tierra. Y comentamos, mientras tomamos café, que
ha dejado en su familia y amigos la boca llena de elogios, no hemos oído a
nadie algo malo de él, al contrario, todos hemos aprendido de sus valores, de
la sencillez en el trato y de una cercanía como si de toda la vida le
conocieras. Para la última vez que disfrute de su presencia,
circunstancialmente no pudimos elegir un escenario mejor, una mañana de Jueves
Santo malagueño en plena explanada ante la Casa Hermandad del Santísimo Cristo
de la Buena Muerte y Nuestra Señora de la Soledad. Le buscábamos entre los miles
de personas que se vuelcan cada año para arropar ese momento, cuando a hombros
de los legionarios se pasea al Cristo de Mena, sabíamos que allí estaba, que no
podía faltar a la cita anual y al final, cuando aquello empezaba a romper sus
filas, apareció elegantemente vestido y con su emblema en el ojal. Su nieta,
Marta, ha escrito en su muro de facebook, te
marchas en una bonita noche de luna llena, aunque sé que siempre me vas a
acompañar... Y no puedo evitar sonreír cuando me acuerdo de cuando te
levantabas por la mañana a darme los buenos días, de cuando nos llevabas al
cine de la mano casi bailando. He tenido la suerte de disfrutarte hasta hoy y
de poder haberte dicho y demostrado todo lo que te quiero. Y Carmen me seguía
diciendo, yo me quedo con el amigo, el padre, el marido, el militar, el hombre
que desde allí nos cuidará y nos seguirá vigilando para que seamos tan buena
gente como él lo fue. En su funeral se entonó el novio de la muerte y hoy ya
descansa en la Casa Hermandad de la Esperanza, muy cerca de Santo Domingo.
Querida amiga Ana, gracias por haberme hecho el mejor de los regalos, conocer a
tu padre, un hombre excepcional
Ángel
Gil