España está helada y no únicamente por
una bajada en las temperaturas que nos ha llevado a observar, de nuevo, la
nieve en ciudades del interior, mientras aquí, en Melilla, llegaremos hoy a una mínima
de diez grados, sino fundamentalmente al ver a los asesinos saliendo
masivamente de prisión, porque da igual que sean violadores, grapos, del
ejército guerrillero del pueblo gallego o etarras, todos y todas tienen sus
manos manchadas de sangre. Los ciudadanos miramos las escenas trágicas de las
excarcelaciones como el sinsentido de un sistema enfermo, como la instalación
permanente del embudo en todas las áreas de la vida y como una injusticia ante
las victimas y la sociedad en su conjunto. En ningún país ha pasado lo que
estamos viendo estos días, que aquellos que, porque les apeteció, quitaron la
vida de sus semejantes premeditadamente y con alevosía, ya han abandonado la
prisión sin la más mínima intención de arrepentimiento. Si la Audiencia
Nacional liberó, con división de opiniones, en una primera tanda a nueve
etarras, ahora lo ha hecho, con todos los votos favorables, a trece asesinos,
todo con la máxima celeridad y gracias a la doctrina Estrasburgo. A partir de
ahora, las libertades las acordará directamente la Sección correspondiente, una
vía mucho más rápida que la del Pleno. Da un profundo asco ver a estos
criminales en libertad que encima se ríen a la salida de los centros
penitenciarios o miran desafiantes ante los familiares de aquellos que quitaron
la vida. En esta hora no caben excusas, ni complejos, tampoco desafortunadas
declaraciones, solo reformar las leyes, resarcir a las víctimas o mejor aún no
causarles más dolor del que ya tienen. Ante las imágenes que nos llegan por los
medios de comunicación de las libertades de los que apretaron un gatillo,
activaron un coche bomba o violaron a una mujer o niña, se quiera o no admitir
por algunos, sentimos vergüenza y alarma social. La calle piensa que todas
estas acciones sanguinarias salen baratas, que volverán a incurrir en los
delitos que les llevaron a estar entre rejas, extendiéndose la incredulidad y
el distanciamiento con las instituciones. López Guerra, el magistrado del
Tribunal Europeo que participó en la polémica sentencia que ha dado lugar a toda
esta situación debió ser recusado. Parece como si su padre, Luis López Anglada,
ese gran poeta, autentico arquitecto del soneto, hubiera escrito esto pensando
en su hijo, negro y sombrío, tu corazón que ni a despertar de su dormir se
atreve. Algo está pasando en este mundo para que asistamos, de nuevo, a la
indignidad de ver, en breve, en libertad al asesino de las niñas de Alcacer o
de Anabel Segura. Por eso cuando ciudadanos increpan al asesino etarra Kubati a
su salida de la prisión del Puerto I y le dicen lo que es, mientras vemos
llorar amargamente a los familiares de las víctimas, un escalofrío nos recorre
el cuerpo ante tanta infamia
Ángel Gil