Ayer, doce de Octubre, se celebro el día
de la Fiesta Nacional precisamente en el momento en que estamos asistiendo a la
peor crisis del sentimiento de lo español. Los países de nuestro entorno
defienden lo propio mientras que nosotros caemos en desidia o abandono. Algo le
está pasando a este pueblo de historia larga, importante y fructífera para que
estemos en esta encrucijada. Acabamos de leer que España está en la hora del
desencanto y aunque sea cierto, no tenemos motivos de ello. Una nación que fue
capaz de llegar a América, que exporta su idioma y cultura, no puede ocultar su
pasado o denostarlo aduciendo vergüenza. No es lógico preferir lo foráneo
mientras que el fenómeno de la culpabilidad intentan metérnoslo con calzador. El nacionalismo periférico emergente además de
mirarse el ombligo y obtener beneficios económicos es excluyente de lo general,
trata a España como su enemigo, arrinconando su lengua, que por cierto es la
común para todos y desea romper la unidad buscando en la diferencia artificial la
base de todo. Durante años se ha escuchado la expresión, este país, cuando
hablábamos de España en una de las situaciones más ridícula a las que hemos
asistido. ¿Estamos ante otra crisis moral, política y social como la del 98?. ¿El
regeneracionismo de entonces podría aplicarse al Siglo XXI?. Son preguntas que
hoy quedan en el aire, que merecen una reflexión por nuestra parte para salir
del hoyo al que nos está llevando la deriva nacionalista. Las imágenes que ayer
pudimos ver sobre la concentración de Barcelona bajo el lema: somos Cataluña,
somos España. Es el reflejo de una realidad social, ajena a la locura
nacionalista, que desea una normalidad constitucional donde se puede ser
catalán y español. Esto último que parece sencillo se complica con la llegada
del mesías Arturo y de sus secuaces, que nos brindan espectáculos tan
lamentables como el vivido esta semana en el Parlamento catalán donde se impide
expresarse a quienes no siguen la doctrina oficialista. Según García de
Cortázar, España es una herencia recibida y un proyecto a preservar para
generaciones futuras, es una entidad que nos permite existir como individuos
libres y protegidos por principios que solo son norma legal porque son valores
compartidos. Es nuestra oportunidad de proyectar una nación convincente y
convencida a un mundo que nunca nos aceptara si no empezamos por creer en
nosotros mismos. La opinión de este historiador es, sin duda, la clave, a la
que nos enfrentamos y que nos debe hacer cambiar lo que ya no funciona. La
Transición nos trajo, un europeísmo frente a lo español, un grave error cuando
lo más lógico sería que aportáramos nuestra idiosincrasia al proyecto de
construcción de la Unión. Mas es menos y si esto en matemáticas no puede ser,
tampoco lo es en la vida social.
Ángel Gil
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