Recuerdo
que era por Septiembre y quede con mis amigas para ir a las Ventas al concierto
de Alejandro Sanz, fue la segunda vez que le vi, ya cuando me lo presentaron,
en aquel cumpleaños en casa de Ana, me lo pasé genial, era atractivo, viajaba
frecuentemente a París y Roma, me fascinaban sus explicaciones, parecía que era
yo quien paseaba por Montmartre o por San Juan de Letrán. Con los demás se
mostró correcto, me hablaba de su carrera y se interesaba por mí, por esas inquietudes
que todos tenemos. No sé por qué todo esto me vino mientras, ahí abajo en el
ruedo, comenzaban los acordes de Mi Soledad y yo, tal vez inmortalizaba inconscientemente
el futuro, o soñaba con un recuerdo imaginario. El destino nos hizo de nuevo
cruzarnos. A la salida cuando bajábamos las escaleras del Metro, note una mano
que me agarraba, de nuevo apareció, ya no venia solo, le acompañaba su
cuadrilla, como se dice por el norte, y al final terminamos todos en unos
garitos de música en vivo. Hubo más fines de semana que para mucha gente
comenzaba el jueves, íbamos juntos, pero al poco tiempo nosotros nos excluimos
y comenzamos a quedar para un café o para los estrenos de cine. Siempre he
tenido la costumbre de ir con escotes o usar vestidos cortos, a él notaba que
no le gustaban demasiado y en una ocasión cuando me esperaba en el portal de
casa tuve que volver para cambiarme porque discutimos. Hablándolo con mis
amigas, ellas me decían que demostraba que me quería, yo solo sé que estaba en
una nube. Luego vino un compromiso más fuerte y planes de vivir juntos.
Reconozco que discutíamos, tal vez porque no hacia las cosas bien, estaba
demasiada acostumbrada a salir y entrar con mis amigas, sin un excesivo freno.
Decidimos casarnos, solo notaba que en la vida, para él, no entraban los que
antes habían formado parte de la mía. Comencé a sentir culpa, él ya me
reprochaba cosas, incluso me tachaba que no servía para nada y repetía, eres
mía, y yo comprendí sus razones. Intentaba reformarme en mis comportamientos,
no salíamos, empecé a no saber que era una cena fuera de casa o un teatro.
Vinieron los niños y me centre en ellos, me llenaban tanto que fui haciendo
vida sola a pesar de estar él. Fue como un apagón con la vida de soltera y con
mi carrera profesional, pero era normal me estaba haciendo mayor y me debía a
mis obligaciones. El seguía con sus viajes, de trabajo claro, cuando regresaba,
los niños dormían y el, también. La luz roja se encendió cuando tras una
discusión y mientras huía me agarro fuertemente de los brazos delante de sus
hijos. Hoy estoy aquí porque quiero Señoría seguir adelante con mi denuncia por
malos tratos. El, en su declaración judicial, manifestó que para evitar la
caída de su mujer, porque se escurrió con agua, la agarró pero que no la pegó.
Que siempre la ha querido y que la compraba comida y ropa. Es la historia de María,
o también la de Zineb. No les demos la espalda
Ángel Gil
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