La canonización, en la Plaza de San
Pedro, de Juan XXIII y de Juan Pablo II supone un cambio para la Iglesia, el
convertir en santos a dos personas que han conocido una gran mayoría de la
población. El Santo súbito que aparecía en pancartas al fallecimiento de Karol
Wojtyla ya se ha hecho realidad. De Ángelo Roncalli solo puedo hablar de
referencias, las de aquel Papa bueno que llegaba en la transición de la Iglesia
y al que no le gustaba la oficina y que prefería el contacto con los fieles
como auténtico Obispo de Roma. Su Concilio Vaticano II adelantó lo que con Juan
Pablo II llegaría. Con el Papa que vino del frio se produce la etapa de máximo
acercamiento de un Pontífice al mundo. Su figura y su obra, alejada del miedo, no
solo es importante para el Catolicismo sino para el siglo XX y parte del XXI.
Con él se abrieron las ventanas de la incomprensión, del aislamiento, gracias a
la naturalidad de la Palabra. Juan Pablo II hizo caer los muros que atenazan a
hombres y mujeres, que los convierten en esclavos, que les hacen simples objetos
de los poderosos. Amar es lo contrario de
utilizar. Karol Wojtyla tuvo una vida dura desde pequeño, las ausencias de
sus seres queridos o las dictaduras que machacaron a su nación marcaron un
camino que él enfiló con la Cruz a cuestas hasta un final con unas caídas más
propias del Gólgota. Consiguió, como pocos, ser referencia moral y que sus
pensamientos fueran escuchados y atendidos desde el valor de la sonrisa y la
alegría que, en momentos, no estaba despojada de firmeza. La peor prisión es un corazón cerrado, nos aconsejaba. La juventud
se acercó a la Iglesia, llenaba estadios y se movilizaba gracias a un Papa que
creo sus jornadas mundiales poniendo a Dios en las vidas de cada uno. Dios es un padre que busca por todos los
medios hacer felices a sus propios hijos, sabía decir a una sociedad
descreída. Recuerdo uno de sus viajes a España, salí
a su encuentro, como cientos de personas lo hacían llenando las calles de
Madrid o engalanando los balcones al paso de la comitiva, fueron tal vez
segundos pero en ellos me llegó la santidad que desprendía. Nuestra nación fue
muy querida por Juan Pablo II, que admiraba a los grandes santos de esta
tierra, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y la profunda devoción mariana, hasta
el punto de recorrer los santuarios de la madre de Dios. La Iglesia de hoy no necesita cristianos a tiempo parcial, sino
cristianos de una pieza. Después de los años transcurridos desde sus
fallecimientos, ambos Pontífices consiguen desplazar a la Ciudad Eterna a
cientos de miles de peregrinos, que volverán como en otra época a dormir a la
intemperie para no perderse un buen lugar en la Plaza o en la Vía de la
Conciliación. Hay sin duda otra forma de afrontar la vida que tal vez no sale
en la prensa, pero que en acontecimientos como los de canonizar a Juan XXIII y
Juan Pablo II resurge. Totus Tuus, un lema que sigue actual
Ángel Gil
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