domingo, 5 de junio de 2016

Iglesia abierta


La Homilía que Su Santidad el Papa Francisco pronunció hace unos días en el Vaticano con motivo del Jubileo de los Diáconos trasciende a algo más que a una mera celebración eucarística. Ha pedido a las parroquias e iglesias del mundo que no establezcan horarios de apertura al público, sino que mantengan abiertas sus puertas en todo momento. “Me sienta mal cuando veo horarios en las parroquias, de esta hora a esta hora, y después no se abre la puerta, no hay sacerdote, no hay diácono, no hay laico que reciba a la gente. Omitid los horarios”. Con la cruda realidad de la escasez de  vocaciones religiosas que venimos sufriendo, no es menos cierto que en la actualidad, la Iglesia de Melilla vive el peor momento en toda su historia y no podemos achacarlo a los fieles o a la propia sociedad sino a una máxima representación eclesiástica en la Ciudad que sólo por el bien de la Iglesia debe ser sustituida. El Papa Francisco fue muy claro en sus palabras en una Misa celebrada en el Vaticano, “el siervo de Dios sabe abrir las puertas de su tiempo y de sus espacios a los que están cerca y también a los que llaman fuera de horario a costo de interrumpir algo que le gusta o el descanso que se merece”. Francisco no se refiere a la literalidad de una puerta de acceso al templo sino a una apertura personal y de espíritu del sacerdote a todos sin exclusión. Estamos inmersos en el año de la Misericordia y mas allá de la existencia de una puerta por este acontecimiento en el Sagrado Corazón de Melilla, si las mentes están cerradas porque no saben lo que significa la palabra perdón y con nuestros actos faltamos al respeto y a la dignidad de nuestros hermanos o los excluimos sin motivo ni razón o tenemos diferentes varas de medir, la existencia de esa puerta no sirve de nada, solo queda en una fachada pero hemos quitado todo su contenido. Jesús con su ejemplo de vida y su doctrina nos fue enseñando que la piedra quedaba en el suelo ante quienes querían dilapidar a aquella mujer a la que acusaban o que en el Paraíso hay sitio para el buen ladrón. El Papa Francisco se refirió en sus palabras a la “vocación de ministros de la caridad” o a los buenos que son mansos de corazón y que están disponibles en todo momento para atender a los demás. "El siervo aprende cada día a renunciar a disponer todo para sí y de sí como quiere. Si se ejercita cada mañana en dar la vida, en pensar que todos sus días no serán suyos, sino que serán para vivirlos como una entrega de sí", subrayó. "Quien sirve no es un guardián celoso de su propio tiempo, sino más bien renuncia a ser el dueño de la propia jornada", agregó. A la Iglesia demasiadas veces se la omite o algunos incluso quieren hacer un proceso constante contra ella cuando, como en otras ocupaciones, salen manzanas podridas. Sanear y no tapar siempre es una buena práctica. Los ejemplos callados pero constantes que ofrecen en cualquier lugar del mundo los misioneros pese a contraer enfermedades, de vivir conflictos bélicos o de poner en riesgo su vida son sin duda también la cara de la Iglesia, que tal vez no sale tanto en los medios pero que merece espacio, nuestra admiración y respeto o las oraciones para que sigan dándolo todo por aquellos que más lo necesitan. Es hora de sumar, de abrirse y de acoger. Ángel Gil

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