Antonio Gutiérrez, pregonero de Pentecostés,
trasmitió como pocos y desde la emoción, cuando en este Mayo nos trajo a la
Señora, las marismas o el rio Quema, a esta Melilla de ida y vuelta que cruza
el Charco y se llena de polvo, que canta y reza, llora y ríe con la fe callada
de quien es rociero. De los que no hablan con nadie, de aquellos que desde
chicos y con los aires de Cádiz aprendieron a una Virgen a llamarla madre. Gutiérrez
desnudó su alma para cantar una pena que le dolía por dentro, que se llamaba
Esperanza y que ya no aguardaba en balde. Pudo haberse quedado en lo oído o en
el postureo de las modas pero en cambió nos brindó, como parte de la Iglesia,
que “el camino” no es mera expresión cultural, ni filantropía ni superstición,
es vida, fe, fraternidad y salvación. Esto se vive en la Hermandad del Rocío de
Melilla que llega a la Aldea con la fe intacta. Esta Ciudad del “sur mas sur de
España, es siempre joven, recia y dura, generosa y amable, tierra de espera y
silencio, universal y única”, “tiene fe pura, sencilla, hospitalaria, galana, tan
nuestra, tan de nosotros, que al caer la tarde, con una elegancia plena, con un
señorío y unas ganas que se convierte en un mar de albores y de esperanzas”. Desde
un ambón, hecho tribuna pública, pidió a los hermanos que reciten a quien “es
reina de aguas y tierras, del corazón, de las almas, de alegrías y gozos o a
ese Pastorcillo que nos mira o arrebata, porque saben que Melilla, te quiere
con “toa” su alma”. Cuando por Semana Santa pronunciaba Antonio Gutiérrez su
conferencia “El gran poder de Dios” insistía que los brazos abiertos rompan con
un ambiente cerrado o que la caridad sea el centro de nuestra vida, dos puntos
que de nuevo aparecieron en el Pregón. Puertas abiertas a todos sin distinción
ni exclusiones injustas es una parte esencial del cristianismo que hay que
poner en práctica a diario. El Rocío no es solo el camino hasta llegar a
Almonte es un sí categórico e ilusionado, la levadura de cada uno, el afán, el
compartir, el sacrificio, el rezo, la alegría, el júbilo o la unidad con
nuestros hermanos. Tuvo tiempo para describir como son los momentos previos a
la partida hacia la Aldea como ansiosos, inquietos, febriles, devocionales y
álgidos “que calma penas y que con mirar a la Madre todo está dicho y está
hecho y se van quitando males” o su particular recuerdo para quienes ya
partieron hacia las marismas del Cielo. Pero tal vez el momento de más emoción
llegó cuando Antonio Gutiérrez fue relatando ese camino hecho por su hija mayor
“en carreta con hermandades, con Sevilla, con Triana, con Gines, una hija
pensando en su madre, que allí en Melilla, conmigo se queda y ya por las
tardes, nos preguntamos los dos, ¿habrá salido la niña?, la niña que ya es muy
grande. ¿Habrá cantado a los aires?. ¿Habrá rezado en el Quema?. Tanto amor en
el silencio, del salón a media tarde”
Ángel
Gil
No hay comentarios:
Publicar un comentario