En la sala de espera aguarda una familia que está rota,
dividida en dos, la madre, por una parte; y un padre que utiliza a sus hijos.
Estos son adolescentes, manipulables y a
los que con regalos, es más fácil unirlos a su causa. Ivana añade a su
divorcio, el ser inmigrante y tener a padres y hermanos en América. La vida la
ha hecho fuerte, desde tan lejos tuvo que emprender viaje por un futuro mejor. Eran
los años del efecto llamada, tanto que a la zona donde se fue a vivir le
llamaban el pequeño Caribe. Ahora necesita esa ayuda no solo por ella sino
fundamentalmente por unos hijos a los que teme perder o que sean destruidos como
personas por un progenitor que lleva a cabo la alienación parental. La opinión
que tiene de su ex marido se la reserva para ella y jamás dirá nada negativo de
él a los pequeños. Han sido muchas noches en vela, asomada al balcón de su casa
para recibir el aire del sur, o tantas tardes tomando cafés con amigas y
buscando esa palabra de apoyo o tratando de ver la luz. Pero quien tomó la
iniciativa facultativa fue Ivana, aunque todos los miembros de la unidad
familiar necesitan más que nunca un tratamiento. ¿Por qué nos resistimos a
asumir que estamos mal y que precisamos ayuda psíquica?. Aun esta sociedad,
sigue pensando, erróneamente, que ir a estos profesionales es estar loco. El
psicólogo es un hombre de mediana edad, de pelo canoso, con una sonrisa
abierta, limpia y que desde que empezó a tratar a Ivana, generó en ella la
confianza necesaria para abrirse y contarle su problema. El primero en pasar
fue Gonzalo, el ex marido. Las risas ficticias que mantenía con sus hijos
mientras esperaban fuera, se tornan en seriedad cortante cuando es llamado a
consulta. Mientras habla el psicólogo él se mantiene sentado de brazos cruzados
con la cabeza algo inclinada hacia abajo y la silla distante de la mesa. La
desconfianza se aprecia en su mirada y es parco en respuestas. El profesional
no necesita mucho tiempo para advertir el caso que tiene por delante. Llama a
los menores, estos se muestran inquietos en su comportamiento, recelosos como
si el padre les hubiese inducido a pensar que el psicólogo más que profesional
está de parte de Ivana. Constata que una de las hijas trata de ocupar el papel
de madre sobre sus hermanos, sobreprotegiéndolos y ejerciendo un poder total.
La mirada de esta menor es fría, distante y la risa que tenia fuera es nerviosa
y la hace sin ganas. Cuando le toca el turno a la madre, el psicólogo mueve la
caja de pañuelos de papel que está sobre la mesa como intuyendo que Ivana
romperá a llorar. Lo hace al poco tiempo, pero hoy deberá aprender a saber
decir no. Ella piensa que querer más es decir siempre, sí y le aterra el perder
el cariño de sus hijos. Al tener la custodia y por la despreocupación de
Gonzalo, ella actúa como padre y madre. Sobre la mesa el psicólogo coloca una
hoja impresa con unas pautas de comportamiento que a manera de incentivo le
recomienda sitúe en la nevera. Ahí se puede leer… por hacer la cama, por
recoger el cuarto, por echar la ropa sucia a la lavadora y el equivalente en
puntos. Gracias Daniel Ventura, psicólogo, por tu entrega en resolver tantos
casos de hombres, de mujeres, de familias
Ángel
Gil
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