domingo, 23 de enero de 2011

La aldea del Senado

En la Plaza de la Marina Española esta semana olía a aldea. ¡Bienvenidos a la república independiente de Babel!, donde nos recibe un monumento a Cánovas, malagueño y español universal. En la plaza no hay vacas, aunque si un Buey. Las trompetillas de los vecinos son pinganillos, que para eso son señorías y en el bar se juntan de diferentes lugares y todos se entienden porque hablan el mismo idioma. En cambio cuando se acomodan en sus escaños aparcan el español, prestándose a la traducción simultánea en cinco idiomas. Esto no es una pesadilla ni un sueño de los que se miran el ombligo, a partir de ahora es una realidad en el Senado, que pudiera trasladarse al Congreso de los Diputados, si prospera la proposición de ley de los nacionalistas. Esta nueva patada a la lengua común de todos los españoles y por tanto a nuestro principal patrimonio va a costarnos la cifra de trescientos cincuenta mil euros al año por el sistema de traducción, mas cuatro mil quinientos euros de adquisición de pinganillos. La verdad es que esa cantidad es irrisoria a tenor de los cuatro millones de parados que padecemos. Que la Cámara Alta es aquella llamada a ser la de representación territorial, es un mandato constitucional aún no cumplido, que las lenguas a las que se les aplica la traducción simultánea son españolas es tan cierto como de sentido común hablar todos en castellano, pero de nuevo se plantea el porqué existe un sistema bicameral. Este nuevo dispendio que los españoles vamos a tener que sufragar, hace que de nuevo arrecien las críticas contra la institución del Senado, demostrándose que todo lo que allí se hace o se le pone sordina o bien no goza la Cámara con el adecuado gabinete de comunicación que traslade el trabajo de sus señorías. Un error como este no puede emborronar la trayectoria del Senado y de esto he sido testigo. Pero es evidente que a los nacionalistas hay que ponerles freno, que no hay que darles todo, incluso esto tan de pedanía, para contentarles o lograr aferrarse a un poder que hace aguas por todas partes. Si el pinganillo se hubiese impuesto hace bastantes años no hubiésemos podido disfrutar de La Tía Tula, El Árbol de la Ciencia, Últimas tardes con Teresa, Los Cipreses creen en Dios, Los Pazos de Ulloa o La Catedral. La sensatez es algo de lo que carecen estos defensores de aldea, sin amplitud de miras, que precisamente no son buenos anfitriones y que en sus terruños son capaces de anteponer el inglés a la lengua de Cervantes. El espectáculo que ha comenzado esta semana en el Senado es impensable en otras naciones de nuestro entorno, que seguramente habrán pintado más de una sonrisa o qué volverán a preguntarse si aún estamos en 1.898 con los males de la nación. La regeneración se hace imprescindible, también para devolver, el papel que un sistema parlamentario goza, sin hacer que los excluyentes nos vuelvan a colocar dando bandazos o convirtiendo al Senado en una organización supranacional. En la Cámara Alta también reside la soberanía nacional, y nada tiene que ver con este aldeanismo de nuevo cuño.


Ángel  Gil

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