Cada 15 de Mayo el Colegio de los
Hermanos es una fiesta, casi como unos juegos olímpicos o como una romería subiendo
a su Santuario. Dos mitades de un todo se la juegan en su patio que es albero
de ayer arañando unos puntos que suben a los marcadores. Muchas generaciones se
han matriculado allí y aquellos con más
solera, conocieron un molino que era imprescindible a un paisaje, como escribió
Pio Gómez Nisa. Hubo un tiempo en que la Salle era ABC. Siempre fui B, aunque
un día me incluyeron en el C, aquello no funcionó, simplemente porque era un
híbrido de los azules de antaño y de los amarillos más buenos. El aula parecía un
hemiciclo con sus grupos parlamentarios, en una fila los B, en la de mas allá
los A y en el centro, ese grupo mixto de repetidores y sopa de letras. Cuando
entras por primera vez a párvulos o a infantil te ponen esa divisa y ya hasta la
insignia y mas allá. La letra marca, define, permanece, se hereda, distingue,
sientes orgullo de ella y alguna vez hasta nos sirve de reproche cuando el
examen de tu grupo es más difícil que el de la puerta de al lado. Ahí entraba
el destino o el azar de mano inocente, dejémoslo ahí. Luego llegaba el ansiado
timbre para el recreo, minutos para el partido en esa zona de patio que habías
hecho tuya porque creías que te daba suerte y cuando querías aumentar la
victoria o conseguir empatar o no perder, sonaba la música y de nuevo a clase. Era
como ese vaso medio lleno o medio vacío. Pero siempre existió y existirá las
dos Salles, las de los azules y la de los amarillos, sin una de ellas sería
menos colegio, no sería igual, faltaría una rivalidad deportiva que hoy termina
en el monumento a San Juan Bautista de la Salle. Y es el fundador el que nos
sigue congregando como una familia, donde no vale exhibir títulos de propiedad
de nada, ni excluir a nadie, porque si alguien pensase así, pudo estar entre
los cuatro muros del Colegio, pero la semilla del fundador cayó en tierra
baldía. Los colegios forman parte de la vida de una ciudad y de aquellos que
estudiaron en sus aulas o jugaron en sus patios. Seguramente Madrid no sería
igual sin el Colegio del Pilar ni Málaga sin los Jesuitas. Cuando esta columna
escribo me entero del adiós definitivo del Hermano Roberto Arranz Benito. Los
que tuvimos la suerte de conocerle, en su paso por la Comunidad de Melilla, le
recordaremos como un hombre sencillo que, desde su vocación, tuvo como modelo
al Santo de Reims, donde en sus aulas se forman buenos ciudadanos de la tierra
para ser buenos ciudadanos del Cielo. En este 2.014 ganaron los azules,
enhorabuena y en especial a mi mujer. Pese a todo mi corazón es amarillo como
el de Lalo Álvarez, Roberto Arroyo, Francisco José Benítez, Mustafa el Barkani,
Paco Calles, Meir Chocrón, Manolo Felices, Manolo León, Fausto Mas, Quique
Martínez, Fernando Maturana o José Luis Zayas, algunos de los que compartieron
conmigo tantos años de juegos, estudios y amistad. Permaneced unidos. Ángel Gil
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