lunes, 19 de mayo de 2014

Amarillos

Cada 15 de Mayo el Colegio de los Hermanos es una fiesta, casi como unos juegos olímpicos o como una romería subiendo a su Santuario. Dos mitades de un todo se la juegan en su patio que es albero de ayer arañando unos puntos que suben a los marcadores. Muchas generaciones se han  matriculado allí y aquellos con más solera, conocieron un molino que era imprescindible a un paisaje, como escribió Pio Gómez Nisa. Hubo un tiempo en que la Salle era ABC. Siempre fui B, aunque un día me incluyeron en el C, aquello no funcionó, simplemente porque era un híbrido de los azules de antaño y de los amarillos más buenos. El aula parecía un hemiciclo con sus grupos parlamentarios, en una fila los B, en la de mas allá los A y en el centro, ese grupo mixto de repetidores y sopa de letras. Cuando entras por primera vez a párvulos o a infantil te ponen esa divisa y ya hasta la insignia y mas allá. La letra marca, define, permanece, se hereda, distingue, sientes orgullo de ella y alguna vez hasta nos sirve de reproche cuando el examen de tu grupo es más difícil que el de la puerta de al lado. Ahí entraba el destino o el azar de mano inocente, dejémoslo ahí. Luego llegaba el ansiado timbre para el recreo, minutos para el partido en esa zona de patio que habías hecho tuya porque creías que te daba suerte y cuando querías aumentar la victoria o conseguir empatar o no perder, sonaba la música y de nuevo a clase. Era como ese vaso medio lleno o medio vacío. Pero siempre existió y existirá las dos Salles, las de los azules y la de los amarillos, sin una de ellas sería menos colegio, no sería igual, faltaría una rivalidad deportiva que hoy termina en el monumento a San Juan Bautista de la Salle. Y es el fundador el que nos sigue congregando como una familia, donde no vale exhibir títulos de propiedad de nada, ni excluir a nadie, porque si alguien pensase así, pudo estar entre los cuatro muros del Colegio, pero la semilla del fundador cayó en tierra baldía. Los colegios forman parte de la vida de una ciudad y de aquellos que estudiaron en sus aulas o jugaron en sus patios. Seguramente Madrid no sería igual sin el Colegio del Pilar ni Málaga sin los Jesuitas. Cuando esta columna escribo me entero del adiós definitivo del Hermano Roberto Arranz Benito. Los que tuvimos la suerte de conocerle, en su paso por la Comunidad de Melilla, le recordaremos como un hombre sencillo que, desde su vocación, tuvo como modelo al Santo de Reims, donde en sus aulas se forman buenos ciudadanos de la tierra para ser buenos ciudadanos del Cielo. En este 2.014 ganaron los azules, enhorabuena y en especial a mi mujer. Pese a todo mi corazón es amarillo como el de Lalo Álvarez, Roberto Arroyo, Francisco José Benítez, Mustafa el Barkani, Paco Calles, Meir Chocrón, Manolo Felices, Manolo León, Fausto Mas, Quique Martínez, Fernando Maturana o José Luis Zayas, algunos de los que compartieron conmigo tantos años de juegos, estudios y amistad. Permaneced unidos. Ángel Gil

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