Tal vez piense que estoy en plena fase mística, pero no es así. Los
valores que un día te enseñaron en casa por mucho que soplen fuertes los
vientos de la vida se mantienen firmes y la fe, casi sin saber por qué, te hace
superar el trance y seguir el camino. Hoy permítanmelo, estoy incrédulo de
ciertas personas, precisamente de aquellas, y son pocas, que te fallan, de las
que esperabas una actitud, y no han sido capaces de darla. No valen sus justificaciones,
porque con ellas el ser humano pierde su dignidad como tal, se instala en la
mentira, ignora a su semejante y el miedo le atenaza. Pero en los mares
revueltos subsiste esa mano tendida, la mirada limpia y la palabra adecuada,
que no es aquella que dice lo que quieres oir, sino que te aconseja con
lealtad, sin intereses personales ni sucias maquinaciones. Cuantas veces en
clase y en esta misma columna he defendido que la comunicación no verbal dice
tanto o más que las palabras, cuando te cogen una mano y con el apretón y unos ojos
en otros transmiten… adelante, estoy contigo, se fuerte y lucha frente a la
injusticia. De seres humanos así hay muchos y son personas que sin tener una
gran relación, en cambio, te han sabido conocer. A ellas debemos dedicar el tiempo
porque tanto te aportan que no debemos perder ni un segundo de disfrutar de su
presencia y de seguir aprendiendo. Hay otra parte que ha sembrado la cizaña con
su veto, con sus prohibiciones, con tratar de despreciar en público, mientras
el Pastor mirando para otro lado y guardando silencio ampara a la manzana
podrida del cesto, a aquel que actúa con las arbitrariedades para tachar a unos,
y a otros, permitirles todo, a ese que es capaz de negar el consuelo al recibir
el Pan de Vida o la paz en el último hálito. Sinceramente creo que un seminario
no te pueden enseñar a rechazar a tu hermano sin motivo ni a humillarle por su
sexo o por una elección de vida. Creo en el sacerdote que es ejemplo no de
palabra sino con su vida. Que se entrega a otros sin mirar ni credo, ni color,
ni ideas, como aquel y por aquel que sentándose en la Montaña abrió su boca
enseñándoles o que fue reconocido en una tarde en Emaús. A este dedico esta
columna. Al seguidor de Jesús revestido con el perdón sin límites, que siempre
te escucha y sabe lo que significa la Misericordia. ¿De qué sirve abrir una
puerta con ese nombre cuando el corazón está cerrado?. ¿Cómo puede consagrar
cuando no es capaz de reconciliarse con su hermano?. De nada vale. He tenido la
suerte de asistir a la primera Misa celebrada por un recién ordenado sacerdote
melillense, Francisco Ruiz Guillot. ¡Enhorabuena Fran!, has logrado lo que
siempre quisiste. Sé por tu abuela, Reme, de tu inclinación temprana a lo que
con los años es ya vocación o como mi mujer percibía en tu Primera Comunión que
llegarías a ser Padre. El otro día en las preces pedíamos porque en la Iglesia
haya sacerdotes santos. Que así sea
Ángel
Gil
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