domingo, 1 de mayo de 2011

Será Kate

El viernes la capital del mundo fue Londres, millones de ojos siguieron por televisión o las redes sociales un acontecimiento histórico, el enlace de un Príncipe con una compañera suya. Los contrayentes querían sencillez, pero al final fue un enlace al estilo Windsor, con toda su pompa mirando al ayer. De pronto asistimos a una sesión de marketing muy británica, presentando de nuevo el producto estrella, su monarquía. Allí no existen complejos, tampoco al exhibir la Union Jack, que poblaba las calles y avenidas o que daba color a las pelucas, al estilo 0888, en un nuevo ejemplo, esto último, de la falta de gusto que puede llegar a tener un pueblo. Los británicos hicieron suya la boda, son monárquicos, pero desean desde hace treinta años un cambio en esa familia Real, que quedó truncado por el accidente de Diana de Gales y que quieren volverlo a intentar con Kate Middleton. Se ha hablado estos días que no era una Boda de Estado, que se trata de un casamiento menor, porque no ha sido el sí quiero del heredero o a la mejor sí, ya que sobre su padre sigue pesando la idea que no reinará y que quien lo haga sea su hijo Guillermo. Y es que la sombra de la longeva Isabel II es alargada, dueña del último imperio, la Commonwealth, jefa de la Iglesia anglicana y soberana vitalicia, ejerce un control absoluto a pesar de sus reiterados años horribles. Los novios nos dieron un sinfín de mensajes a través del lenguaje corporal. Así Kate se agarraba fuerte a su padre buscando seguridad, mostrando en otros instantes una sonrisa nerviosa y ambos se miraban entre complicidad y cierta timidez, que en el caso del Príncipe Guillermo se expresaba al tragar saliva, jugar con los dedos y la siempre recurrente mirada al suelo. Eran instantes en que inevitablemente había que recordar a su madre. El vestuario de las invitadas fue en general de tonos pastel. Destaco la representación española, tanto del Príncipe, que lució un uniforme de gala de la Armada que le quedaba mejor que al propio novio, así como el de la Reina y la Princesa, que acertaron. Doña Sofía, muy elegante, acorde con su edad y personalidad y Doña Letizia, con un buen estreno de sombrero cloché. Las condecoraciones del Príncipe de Asturias fueron la Gran Cruz y Banda de la Orden Victoriana, que impuso Isabel II en su visita a España en 1.988, y el Toisón de Oro. La Duquesa de Cornualles sigue sabiendo estar y en cuanto al atuendo convenció, no pudiendo decir lo mismo con el elegido por la Soberana, ni en el sombrero ni en color. La hermana de la contrayente, Pippa Middleton, rompió la prohibición de ir de blanco a una boda, aunque se ha convertido en la revelación. El vestido de la novia no me convenció, aunque su estatura y medidas ayudaban a que le sentara bien. Tal vez se echo en falta un moño bajo. La diadema de Cartier realizada en 1936 destaca por su diseño. De curioso puede calificarse que Guillermo de Gales no luciese la alianza de Kate y de tenso cuando, en el dedo de ella, parecía no querer entrar. Tampoco puede dejarse de reseñar los votos matrimoniales de la novia, los de honrar, amar y reconfortar, evitando el de obediencia a su marido. Según hemos conocido ahora, los Príncipes de Asturias no fueron invitados a la boda, tal vez subsanando este fallo el Príncipe de Gales, en su reciente visita oficial a España los invitó personalmente. Los rotativos británicos, sin embargo, se han preocupado entre el paralelismo entre la recién casada y Doña Letizia hasta el punto que preparan especiales. Los ya marido y mujer se alejaron en un Aston, otro guiño que suena a cambios. Kate Middleton es, ya hoy, la Princesa Catalina, pero tanto ella como el pueblo desean que siga siendo Kate

Ángel Gil       

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