Melilla ha vuelto a ser embarcadero del
XVII, mientras se avistaba La goleta desde el Paseo de la Parada como si se
anunciaran la llegada de los ansiados víveres. La Corrala de la Victoria ha
vuelto a vestirse con sus mejores galas para el estreno de una obra del Siglo
de Oro. El Juan Sebastián Elcano entraba en nuestro puerto con la solemnidad de
ser la última goleta del Rey Católico. Allí al abrigo del Cargadero atracan las
nuevas generaciones de botonadura dorada, con impecables gorras de plato y
vestidos de azules intensos como la mar. Hoy, Melilla es eterna entre Baluartes
y fosos, manganillas y vigías. El escudo del Cesar Carlos rinde honores a la
Enseña roja y gualda. Desde el Convento franciscano el alma doceañista ondea en
los cuatro palos como queriendo volver a ese Cádiz de San Felipe Neri. En
puerto, las sirenas acogen al velero y las ventanas y balcones se abren a un
click de móvil. En esta mañana, el mejor de los Guzmanes descansa su brazo
desde el Parque para abrir la Plaza a los hombres azules de la mar. Hay días,
pocos en una historia, que puede como pararse el tiempo al contemplar un barco,
pasó con aquellos jabeques y se renueva con Elcano. La Batería Real quisiera
darse la vuelta para mirar al blanco velero y la Campana de la Vela, cambia por
unas horas su aviso por anuncio, su peligro por alegría. La Patrona de Melilla,
la Virgen de la Victoria, como recordó en su sentida y cercana Homilía el Pater
de Elcano, va a permitir otro nuevo regreso a este puerto de un norte que mira
a un sur. En esta otra costa de España que sabe de esfuerzos, sacrificios,
lealtades, como pocas. Escritas por hombres y mujeres, desde la Puerta de la
Marina al Fuerte del Rosario y desde el Torreón del Bonete al Fuerte de San
Carlos. Hoy, la Melilla del Llano se viste de blanco o de azul ultramar,
escucha pitos de órdenes y entona la Salve Marinera a los pies de la Victoria.
Es de nuevo la simbiosis de un pueblo con su Armada, con su Tierra o con su
Aire. El melillense sigue soñando con esa llegada de otros puertos, con ese
viajero que hacemos propio para mostrarle la Melilla más modernista, la de la
burguesía que recreara en sus fachadas Enrique Nieto. Anoche estuve entre la
historia de las maderas de Elcano, mientras el Mascaron de la diosa Hispania
que ciñe en sus sienes la corona mural miraba la moderna Melilla. Hay otra,
esta eterna, a la que se pide ayuda y consuelo, es la Estrella de los Mares que
a los pesares su clemencia da consuelo. En este adiós a Elcano que deseamos sea
un hasta muy pronto las fachadas de Melilla serán como pañuelos al viento hacia
la última goleta que se nos va
Ángel Gil
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