La inmigración ha sido, de nuevo,
protagonista de portadas y ha abierto titulares de radio y televisión. Solo
cuando esto ocurre se escuchan demasiadas voces de fariseos, que lo mismo que
aparecen dejan de estar. El drama de la inmigración no debe entrar en el
mercadeo político ni para erosionar a quien gobierna, o con una memoria escasa ni
como precampaña de las Europeas pero tampoco con él y tú más, echando balones
fuera. Si tuviéramos políticos de talla llegarían a un pacto nacional en las
Cortes Generales, pero en cambio se enzarzan y el pueblo vuelve a dar muestras
de hartazgo. En la inmigración hay dos grandes víctimas, aquellos que
atraviesan miles de kilómetros, sufriendo hambre y penalidades, sometidos a las
mafias y Ceuta y Melilla, que soportan una tras otra las avalanchas, que se
acuestan sin saber que sucederá al amanecer con esos treinta mil que esperan su
oportunidad para dar el salto a esa vida mejor que le han prometido y que luego
no será para tanto. Hace pocos días El Mundo publicaba un reportaje de su
enviado especial a Melilla acompañando a la Guardia Civil, en el que fuentes de
la Benemérita reconocían que son ochenta frente a trescientos y están vendidos.
El Instituto Armado necesita no solo más medios materiales y personales sino el
apoyo de ciertos partidos, porque sin duda del pueblo lo tiene al ver en su
conjunto unos servidores públicos que ponen de nuevo en riesgo sus vidas. Marruecos
pese a lo que se diga, todo lo hace con cuentagotas o mejor aún, solo mueve
aquello que le interesa. Se habla de dialogar de llegar a acuerdos con ese
país, sí, pero desde la firmeza y sobre todo con una clara política de
inmigración gobierne quien gobierne. En este tablero hay más protagonistas. Los
gobernantes de los países de donde proceden los inmigrantes que los desangran
económicamente, conduciéndolos a guerras tribales y donde las ayudas de
occidente no llegan a quienes de verdad lo necesitan. Y por último, Europa, la
vieja, fría y lejanísima. A la que nada le inquieta si no pasa en el centro de su
corazón territorial o del de aquellos países que llevan la voz cantante. No son
tantos los kilómetros que separan Bruselas de esta Melilla nuestra, en cambio sí
que lo son de capacidad para solucionar lo que acontece en sus fronteras sur,
la distancia aquí es de años luz. De momento no hay voluntad que para eso han
acuñado la frase: es un problema interno. Lo que pasa en España tiene tanto
interés como las revueltas en Ucrania, aun salvando las distancias. Nuestra nación
debe recuperar el peso internacional que ya tuvo hace unos años para
reivindicar con firmeza en Europa que se implique por una parte de su
territorio como son Ceuta y Melilla. De momento, los dirigentes del continente
guardan silencio y miran hacia otro lado
Ángel
Gil
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