Dice Margarida Pedroso de Lima que en la
ondulada Coimbra conoció y sobre todo descubrió a Manuel Ortega Caballero. Fue
una vetusta tarde de verano cuando hay tiempo para hablar de San Agustín o de Italo
Calvino, de ciudades y hombres, porque cada uno de nosotros llevamos una, hecha
con diferencias, sin figuras y sin formas, a las que particularmente rellenar. El
salón de Actos del Campus de Melilla fue testigo, hace unos días, de la
presentación de un nuevo libro, Utopía, del profesor de la Universidad de
Granada, Manuel Ortega Caballero. El poemario, que lee en la vida, recorre
cuatro ciudades imaginarias, Pandora, Atlántida, Metrópolis y Zión, además del
reino de Sildavia. La interpretación que hace el autor de ellas es en Pandora,
la serenidad y la potencia de la naturaleza que nos invade nuestro cuerpo y lo
que vivimos. En Atlántida, nos lleva a la esencia del agua, a lo sencillo, a la
felicidad en sí misma. Metrópolis, es perspectiva de futuro, proyecciones para la
vida de cada uno. En Zión hace un homenaje a las almas que en mitad de la noche
susurran. Y el país imaginario de Sildavia, se centra en esa tierra rica y
pobre en tristezas, donde el mañana no es problema, porque el tiempo pasa tan
despacio que no tenemos miedo de perdernos. La Unión y Tintín, el efímero
hechizo de la tierra. En las páginas de Utopía se nota que se ha vivido y se
invita al lector a hacerlo, desde la esencia de la palabra vividor, tan
tristemente denostada pero que significa un disfrute del don más preciado para
cualquier ser humano. Manolo Ortega cree en la utopía para compartirla desde la
reflexión para deshilachar la indiferencia y el conformismo que tanto nos
atenaza, que nos vuelve serviles, amordazando la palabra, convirtiéndonos en
masa, mientras alguien impone la mediocridad para que adoren su nombre. Es la
hora de los poetas, donde la amistad dura para siempre, y encontramos en la
mirada de un niño, eternas sonrisas. Para estar loco escribiendo cartas de
amor, leer en unas manos, y en el Cielo jugar a la comba con el arco iris, encontrar
un amanecer tras una noche gratuita, porque no es un espacio, tiempo entre dos
olvidos, sino el alma profunda de unas manos, solo así el comienzo de nosotros
será suficiente. Ortega nos transporta en Utopía a lo cotidiano, para dar
gracias a dos labios que se muerden, a caminar por una playa blanca, al sabor
de la yerbabuena, a una mariposa para ser solo aquello que pretendas. El libro
es de esos para saborear despacio, para pensar en lo que hemos vivido y para
seguir escribiendo en las páginas vírgenes de nuestro íntimo diario. Así y solo
así amanecería anocheciendo, sonreiría sin miedo y despertaría durmiendo. Ama y
haz lo que quieras dijo el Santo de Hipona. Gracias Manolo Ortega Caballero por
el vitalismo de tus líneas, al escribir de lo Divino siendo profundamente
humano, para soñar leyendo, con una taza de alegría, dos terrones de sinceridad
y sonreír con el aroma de los versos. Ángel
Gil
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