Humo, demasiado humo, tanto que no nos dejan ver el horizonte, pero
nos seguimos poniendo el dedo índice bajo el ojo derecho y decimos con voz
suave, te he pillado. Cohorte tan numerosa como innecesaria, palmera desde sus orígenes
y de formación, un diez viudo. ¡Y qué solos estamos!. Hay quienes van en alta
velocidad y a otros nos venden el romanticismo de esa proa que surca los mares.
“Saben aquel que dice”. Atracan cruceros, descienden turistas, ingleses a ser posible,
con el Brexit o con la Unión, y que más nos da, ¿no les parece un producto de “Cuarto
Milenio”, sí de esa sección de análisis de fotos enviadas con espectros que no
fantasmas, porque estos son más autóctonos?. Y seguimos mirando más allá del Cabo
siempre que la cartera nos lo permita, la luz eléctrica no suba más y no nos
sigan quitando rutas. No olvide que estamos en pleno siglo XXI y por el mundo
ya se hacen reservas para viajar a la Luna, en avión, que lo del barco a Venus,
es de Mecano. ¡Déjalo ya!, dices que vamos a viajar, pero me estas engañando. “¿Está
el enemigo?, que se ponga”. Para potencial, el nuestro y no se queje, solo hace
falta que sigamos sumando números y plantilla al turista de maleta y al final
nos salen ceros a la derecha, a pesar que quien hace las cuentas era en el cole
de los últimos de la fila. Que ganas de decirte good bye tan ricamente. El mar,
la mar, un marinerito en tierra, residente por más señas, grita ahora este
lamento: ¡por qué no me abaratáis volar!. Difícil ecuación o mejor que pocas
ganas de luchar. Mucha moqueta, un café en coche oficial y mi sequito que va de
aquí a allá. Pues ahí queremos llegar si las compañías nos quieren llevar y
para eso quien usted sabe, a laborar. “¿Te das cuen?, este trabaja menos que el
sastre de Tarzan”. Releo “Bienvenidos forasteros” de mi recordado Agustinof.
“Aquella mañana –correo de Almería- mi amigo Manolo oyó llamar a su puerta muy
temprano. Soñoliento, dando tumbos y traspiés por el pasillo, abrió la puerta
de su piso. Hola Manolo, ¿qué tal?- ¡qué alegría de verte!. Quien así hablaba
era el jefe de una familia de cuatro que venía a pasar quince días a casa de
Manolo. Los que llegaron blanqui-verde-amarillentos se tornaron en vistosos y
bonitos bronceados visitantes. El humo de sus pulmones se convirtió en
vivificante oxigeno, el yodo de nuestro mar les había dado humor, vida y color.
Llegaron hechos unos pingajos y se marchaban convertidos en Adonis y dioses del
Olimpo. Ya en el puerto observé que sus tres maletas viejas se convirtieron en
seis, amén de diez bolsas con whisky, transistores, kaftan, collares, jade,
platos, muñecos y otras chucherías. -Chico, me comentaba el padre-como vives
aquí, esto es un paraíso. Todo más barato. ¿Y los langostinos, que me dices de
los langostinos?. No sabéis lo que tenéis”. Agustín, te echo de menos
Ángel Gil
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