domingo, 17 de septiembre de 2017

Melilla 520


Sabe a sal en los largos meses de estío. Con ese Levante que, recorriendo sus calles, hace que nos pese hasta el cuerpo o con ese Poniente, anhelado, donde el salitre queda pegado a su piel. Melilla entre vigías, desde el torreón al Gurugú, desde Victoria grande a San Carlos. Centinela avanzada de todo un continente. Un Ángel cuida en el camposanto el sueño de los héroes. Mole rojiza que emerge desde el Cabo. Codiciada la engendraron, abandonada la reconstruyeron y deseada fue mirada desde fenicios o romanos. Por Sanlúcar un Duque la quiso y allá en el promontorio levantó almenas como un escenario para que los espectadores de más allá del rio creyeran que el mismo diablo y en una noche fue capaz de elevar una fortaleza. Melilla española de sentir isleño. Sola estabas y aún sola eres capaz de ser humanitaria, caritativa y victoriosa de asedios, terremotos, Estatuto o de las escaseces de la vida. Entre por la Puerta de la Marina, ahí los siglos se paran. Contemple el agua callada en un aljibe, mire la grafología del cantero en la piedra y cruce por Santiago que siempre cerró su puente hacia la Alafía. Vieja Melilla del Baluarte de la Concepción, de la Calle Alta o del Horno. Asómese a la inmensidad del mar por el Bonete, ore en la Purísima, admire como en el Convento un puñado de valientes doceañistas fueron conminados por redactar una Constitución y otros siguieron haciendo gestas refugiados en una cueva. Y ya con los ojos cerrados y ataviado de época camine por el Paseo de la Parada. Aquí nació Arrabal. Melilla modernista en el Llano. Enrique Nieto insufló de vida el trazado modélico de un centro diseñado por ingenieros militares. Edificios burgueses mezcla de la escuela de Gaudí con la secesión vienesa o el art decó. Llénese de Melilla desde el Parador. Esta Ciudad es la suma de todos en quinientos veinte años de historia. Salvador Rueda se anticipó al cantar que Melilla creció al calor de los rezos desde opuestas bendiciones y enamorados corazones. Mire al cielo en el Parque Hernández y contemple la explosión de palmeras o lea un libro mientras el agua cae lenta en una de sus fuentes. Aquí nació Miguel Fernández. Y pinto con palabras… desde el dulce abrazo, de nostalgia sureña su castellana entraña, cal andaluza, rosa de aquel niño que en la orilla, soñando en amor, cantó en Melilla. ¡Felicidades!.
Ángel  Gil           

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