Hace veinte años, en otro frio Enero,
estalló, lo que denominó la prensa, el contencioso de la Bandera de Melilla en
la Feria Internacional de Turismo (Fitur). Hoy, como ayer, no puede entenderse
que a la dirección de esa Feria se le ocurriese prohibir que la enseña azul
fuese izada en la Institución Ferial de Madrid con excusas como que Gibraltar
tampoco tenía mástil o que los melillenses estábamos representados por la
bandera de Andalucía. Esa fue la respuesta que me dieron como responsable en
Fitur de Prensa y Protocolo del Ayuntamiento de Melilla. Nuestra postura ante
el despropósito se basaba principalmente en que como expositores teníamos
derecho a que ondease la Bandera, rechazando de plano la alusión a la Roca y al
paraguas del pabellón blanquiverde. Comprendí
entonces que la solución era compleja al mostrarse la dirección inamovible en
sus posiciones. Por otra parte Melilla, junto con Ceuta, continuaban con su
ofensiva parlamentaria conjunta a favor de la Autonomía y sobrevolaba el no
molestar al vecino del Sur ya de por sí más que inquieto con un posible
Estatuto. El tiempo corría en nuestra contra, y la firmeza con la que afrontó
el contencioso el entonces Alcalde, Ignacio Velázquez, no parecía que inmutaran
a la jerarquía de la Feria. Intensas conferencias telefónicas daban en tiempo
real el estado de las negociaciones en Madrid y la estrategia melillense. Fueron
momentos de soledad, en la que no cabía el desánimo, donde siempre encontré a
mi lado a una persona, que ya no está entre nosotros, y a la quise y admire
profundamente, Pascual Barberán Daza, sus consejos pero sobre todo sus
conocimientos y su cariño hacia Melilla, ayudaron a resolver la cuestión. La
nota de prensa que envíe a los medios de comunicación nacionales ante la
discriminación que Melilla sufría debía de hacer efecto. El informativo de la
Cadena Ser se hizo eco y el entonces presidente del Gobierno, Felipe González,
llamó a la dirección de Fitur para que colocaran la Bandera de Melilla. Algunos
pueden pensar que, en general, lo que disfrutamos en el presente, parece que
nada ha costado y que se ha conseguido sin esfuerzo, pero la realidad ha sido y
es bien otra. A partir de 1.994 se puso esa pica en el Campo de las Naciones,
aún hoy restan bastantes por conseguir. El abusivo precio de los billetes sigue
apareciendo como asignatura pendiente, aunque hay ofertas, estas son demasiado
escasas sobre todo para un turismo que no termina de llegar o para los
residentes que vemos mermadas nuestras escapadas a la Peninsula. Misión muy
compleja para la que no existe baritas pero para las que no sirve vender humo. Los
alicientes o muy en particular nuestras playas son excelentes pero que no se
engañen hay un mar por medio para llegar
a ellas, lo que encarece cualquier iniciativa. Ese mal endémico debe ser
resuelto como un verdadero asunto de Estado. El anuncio del concurso marítimo
que ha quedado desierto está lleno de incógnitas y precisa de la necesaria
aclaración. Hay todavía muchas picas por poner que significaran el esfuerzo de
lo conseguido y los logros de un progreso que Melilla necesita
Ángel Gil
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