Andariega por mil rutas de la vida. Dejaba olivares y ese café de la
abuela con fama en la comarca cuyo secreto nunca se ha desvelado. La puerta de
la vieja casa del Poyo, aun chirriando, tuviste que cerrarla para siempre. Atrás
quedaban páginas de una familia, de tu madre, María, emprendedora y de todos
sus hijos o de aquellos nietos de corta edad que nos bañábamos en el patio los
mediodías de Agosto después de correr entre arbolitos. Carmen, sola, mujer
hecha a sí misma frente al sol de los ponientes o a las heladas mañanas en el
escalón de un portal malagueño allá por donde Cádiz se hace carretera. La
suerte y la tuya estaba echada. De noche me gustaba entrar en su cuarto, su
cama era de esas altas, antiguas, allá rodeada de recuerdos, se pasaba horas
leyendo y orando a la Virgen de Porticate o al Cristo de Limpias, “advocación
melillense”, que hizo suya en sus frecuentes visitas a esta tierra. Mi tía
Carmen ocupó el espacio que May me dejó en la Fe, con ellas rezaba pero sobre
todo ponía en práctica el Evangelio cada día con los demás. Silenciosa en sus
pasos, de presencia callada, es la vieja guardiana del archivo oral y
fotográfico de toda una familia. A ella siempre acudimos por una palabra o por
un consejo de los de antes, de aquellos que se amasaban al olor de la leña en
los fríos inviernos de la sierra de las nieves. Un lugar al que añora y siente
como propio, allá por el Calvario o postrándose frente a la Cruz del Pobre. Un
espacio, en medio del campo que para mí, en mis primeros años de vida, era tan
mágico como aquel Jesús del madero de Marcelino pan y vino. Tu barriada y tu
vida, siempre la llenaste de Paz, de entrega a otros, propios y extraños. Tu
mano derecha hacia lo que la izquierda no sabía, eso queda para ti y para cada
uno de los que agradecidos pasamos a tu lado. Pero la existencia te hizo dura,
firme en convicciones y fiel a creencias y personas. Estabas feliz cuando
conociste a mi mujer, Carmen, a la que adoptaste como sobrina propia. Por eso,
aun en la cama de hospital donde te he dejado, seguías siendo la misma aunque
la memoria o el oído ya fallen. Hemos tenido momentos, en estos días, de
recordar a mama o de hablar con amigas como Alicia o Tere, que no te han dejado
en esta hora que pasas, o familiares como Dolorcita. A ellas gracias por seguir
estando ahí. Tía Carmen, tus gafas siempre oscuras y tu bastón, ya en el
atardecer de tu vida, han sido tu seña aguardando, y que sea tarde, el examen
del amor
Ángel Gil
No hay comentarios:
Publicar un comentario